Me alejo caminando, pensando en España, en Salamanca quizá. Tengo mucho mono, pero no tabaco. Una joven más me pide fuego. Yo llevo el mechero en la mano e instantáneamente se lo prendo.
-¿Tienes un cigarro?
-No, sólo tengo cuatro y...la noche es larga...ya sabes
-Sí, ya sé.
Espero el semáforo y un joven me habla desde atrás.
-Perdón, ¿sabe donde está el Mº Sèvres-Lecourbe?
Me fijo en su mirada perdida y en el bastón que lleva de la mano. Intento indicarle el camino, pero no soy muy exacta. Le acompaño entonces. Es agradable. Me pregunta si vivo en París y yo le aclaro que soy española. Sonríe y me habla de mi extraño acento. Sonrío yo. Me pregunta por mis estudios: yo, Paris IV; él, París I. Llegamos al metro y allí le dejo, con un gracias y un encantado. Encantador. Me hubiera gustado que reconociera mi cara.
Me llevo el plus de satisfacción a casa y me pongo una maravillosa película: La noche del cazador, increíble película de Laughton hundida por la crítica. Quizá porque les hirieron sus críticas a la moral y la religión, realizadas con un acierto absoluto y presentando tantos tipos clásicos y reales. Una película de 1955 que mezcla ideas y acción en una estupenda imagen, sin perder ni un segundo la tensión, ni la estética -una imagen en blanco y negro muy exacta, de líneas muy definidas, que generan un escenario casi místico-.
Vuelta a una satisfacción extraña, me siento llena. Me acuesto de alguna forma repleta.


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